Quienquiera que se preocupe por esa sociología de
la traducción deberá pensar, también, que ella tiene un espacio propio en muchos países de Occidente. Ese espacio o zona puede ser marcado en tiza como el triángulo de oro capitalista: DINERO=TEXTO A TRADUCIR=EDITOR QUE PAGA LA TRADUCCIÓN. Si el traductor es el individuo sociable de la literatura, su
sociabilidad va a demostrarse primero, y graciosamente, ante quien le paga por
su trabajo. Ser cortés y respetar las formas del editor supone saber leer,
primero, el libro que él escribió como editor: conocerle su estilo. ¿Cuál es el libro escrito
por el editor?: obviamente, su catálogo. Así leído el libro del editor, allí
podrán verse, tal vez, sus fantasías y apetitos de mercado, el segmento que se
pone y fija sus deseos públicos, el lugar social recortado desde el que busca
hablar.
Si alguien lee de antemano el catálogo del editor
que lo ha contratado, entonces la obra que recibe para traducir ya no será la
misma que él había leído. Hay un nuevo contrato
(intertexto), como una inteligencia previa y común; un pacto que se establece
con esa obra del editor. Será posible que ese pacto organice el tipo de
traducción: el campo-léxico, la manera de bajar de un estilo sublime a un tono
grave o al revés; la sintaxis, en fin, el arte de disponer del lector o
cliente.
No debería ser, por lo mismo, lo mismo el Quijote traducido por Grove
Press, Selecciones del Reader’s Digest o la Universidad de Minnesota.
Precisamente porque los interlocutores de estas tres editoriales
son distintos, no es extraño pensar que prometan a su público libros
distintos. Es una posibilidad no del todo fantástica: que haya cien Quijotes diferentes si hay cien
editoriales diferentes (cosa que, tal vez, permitiría reflexionar sobre la moral
de traducción que puede regir en una cierta sociedad neo neo capitalista). Al
fin, es en la portada donde siempre aparecen los tres tipos de crédito: nombre
del autor, nombre de la obra y nombre de la editorial (que, generalmente, falsa
modestia, va al pie). Este tercer elemento no es totalmente inocente: siempre
puede intervenir como un modificador de los dos primeros.
Héctor Libertella, Las Sagradas Escrituras,
Buenos Aires, Sudamericana, 1993, pp. 83-85.