Sin
darse cuenta de lo que hacía, Paul reacomodó el rostro en una expresión de
sincera concentración, que era la que siempre usaba para escuchar a los
correctores. Él la llamaba su expresión “¿Qué-puedo-hacer-por-usted-señora?”
Esto se debía a que la mayoría de los correctores eran como mujeres que entran
en una estación de servicio y le dicen al mecánico que arregle la cosa que está
haciendo un ruido bajo el capot o golpeteando adentro del tablero, y que por
favor lo tenga listo una hora antes. Una mirada de sincera concentración
convenía porque los incensaba, y cuando los correctores se sienten importantes
a veces pueden ceder en alguna de sus imbéciles ideas.
(Stephen King, Misery.
El riesgo de la fama, trad. de César Aira,
Buenos Aires, Emecé, 1988, p.
115.)
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