Un libro va tomando forma en manos del
escritor. Uno ve cómo los capítulos crecen y se desarrollan. Se debe trabajar y
recrear, y observar cómo los cambios tienen lugar más allá incluso del concepto
de original. Uno toma entre las manos las galeradas y ve cómo se ven las frases
una vez impresas, y luego se las moldea de nuevo. Existen centenares de
contactos entre un hombre y su trabajo en cada una de las fases del juego y el
mismo contacto es placentero y paga con creces a un hombre por el trabajo que dedica
a su creación, algo que es superior a cualquier otra cosa. Y su robot nos ha
robado todo eso. [...] Las máquinas de escribir y las de imprimir quitan algo
pero su robot es el que nos priva de todo. Sus robots se han apoderado de las
galeradas. Muy pronto ellos, u otros robots, se apoderarán también de la
escritura original, de la búsqueda de las fuentes, de comprobar y recomprobar
los distintos pasajes, tal vez incluso de realizar las deducciones para las
conclusiones. ¿Y qué le quedará entonces al erudito? Sólo una cosa: las
estériles decisiones relativas a las órdenes que habrá que dar al robot
siguiente... Quiero salvar a las futuras generaciones de estudiosos de un final
tan diabólico.
(“Galley Slave”, 1941, recopilado en Visiones de robot,
trad. de Lorenzo Cortina,
Barcelona, Plaza & Janés, 1993)
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