—Es difícil corregir las
pruebas cuando uno se cae de sueño —me dice—. Mi mujer cree que he conseguido
una ganga. ¿Qué haríamos si perdiéramos tu empleo?, dice ella.
…
Toda clase de recuerdos
divertidos venían a nuestras mentes; los puntos y comas que él vigilaba y por
lo que lo volvían loco. Le hacían la vida desgraciada con sus malditos puntos y
comas y los complementos gramaticales en los que siempre se equivocaba. Hasta
lo estuvieron por despedir un día porque vino a trabajar con el aliento
alcoholizado. Lo despreciaban porque siempre parecía tan miserable, y porque
tenía eczema y caspa. Para ellos no era más que un don nadie, pero ahora que
había muerto, todos irían a cotizarse espléndidamente, y le comprarían una
corona enorme, harían imprimir su nombre en gruesos caracteres en la columna de
defunciones.
…
Un buen corrector de pruebas no
tiene ambiciones, ni orgullo ni mal humor. Un buen corrector de pruebas es un
poco como Dios Todopoderoso: está en el mundo pero no participa de él. [...] La
mayor calamidad para un corrector es la amenaza de perder su trabajo. [...] En
este mundo "gráfico" la única cosa de importancia es la ortografía y la
puntuación. No interesa cuál sea la naturaleza de la calamidad, sino que esté
escrita correctamente. [...] Nada escapa al ojo del corrector, pero nada
penetra a través de su chaleco a prueba de bala.
…
Estas catástrofes cuyas pruebas
corrijo tienen un maravilloso efecto terapéutico en mí. [...] El mundo puede
estallar; yo estaré aquí lo mismo, para poner una coma o un punto y coma. [...]
Cuando el mundo estalle y la edición final esté en prensa, los correctores de
pruebas recogeremos tranquilamente todas las comas, los puntos y comas, los
guiones, los asteriscos, los paréntesis, los puntos, signos de exclamación,
etc., y los pondremos en una pequeña caja en el sillón del editor.
(Trópico de Cáncer, trad. de Mario
Guillermo Iglesias,
Buenos Aires, Santiago
Rueda Editor, 1972.)
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