lunes, 23 de abril de 2012

Henry Miller y el corrector


—Es difícil corregir las pruebas cuando uno se cae de sueño —me dice—. Mi mujer cree que he conseguido una ganga. ¿Qué haríamos si perdiéramos tu empleo?, dice ella.
Toda clase de recuerdos divertidos venían a nuestras mentes; los puntos y comas que él vigilaba y por lo que lo volvían loco. Le hacían la vida desgraciada con sus malditos puntos y comas y los complementos gramaticales en los que siempre se equivocaba. Hasta lo estuvieron por despedir un día porque vino a trabajar con el aliento alcoholizado. Lo despreciaban porque siempre parecía tan miserable, y porque tenía eczema y caspa. Para ellos no era más que un don nadie, pero ahora que había muerto, todos irían a cotizarse espléndidamente, y le comprarían una corona enorme, harían imprimir su nombre en gruesos caracteres en la columna de defunciones.
Un buen corrector de pruebas no tiene ambiciones, ni orgullo ni mal humor. Un buen corrector de pruebas es un poco como Dios Todopoderoso: está en el mundo pero no participa de él. [...] La mayor calamidad para un corrector es la amenaza de perder su trabajo. [...] En este mundo "gráfico" la única cosa de importancia es la ortografía y la puntuación. No interesa cuál sea la naturaleza de la calamidad, sino que esté escrita correctamente. [...] Nada escapa al ojo del corrector, pero nada penetra a través de su chaleco a prueba de bala.          
Estas catástrofes cuyas pruebas corrijo tienen un maravilloso efecto terapéutico en mí. [...] El mundo puede estallar; yo estaré aquí lo mismo, para poner una coma o un punto y coma. [...] Cuando el mundo estalle y la edición final esté en prensa, los correctores de pruebas recogeremos tranquilamente todas las comas, los puntos y comas, los guiones, los asteriscos, los paréntesis, los puntos, signos de exclamación, etc., y los pondremos en una pequeña caja en el sillón del editor.

(Trópico de Cáncer, trad. de Mario Guillermo Iglesias,
Buenos Aires, Santiago Rueda Editor, 1972.)



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